8 de la mañana. Estás en la avenida Corrientes, esquina con Callao. El blanco obelisco se ve a lo lejos. El cielo parece estar pintado con tinte de zafiros; unas pocas nubes cuelgan de él, deshilachadas. Tu príncipe está a tu lado. Tu cámara está en tu mochila, la cual llevas con su cierre hacia adelante. Bajas caminando a paso lento por la mencionada avenida. Vas mirando las numerosas librerías que allí se encuentran. Compras varios libros que pasan a hacerle compañía a tu cámara dentro de la mochila. Llegas a otra avenida que es más amplia aún: la 9 de Julio. A tu príncipe le gusta el obelisco, a ti no. Lo rodeas. Ni siquiera te molestas en tomarle una foto.
10 de la mañana. Tu príncipe desea un tentempié. Le sugieres que se compre algo en una panadería y que lo vaya comiendo por la calle para no perder tiempo. Acepta. Entra en la primera que ve. Sale con un alfajor de maicena, dos tortitas negras, una porción de pasta frola, dos cañoncitos de dulce de leche, una bola de fraile rellena de crema pastelera, un cuarto de bizcochitos de grasa y otro cuarto kilo de pepas de membrillo. «Menos mal que no tiene sobrepeso», piensas. Caminas por Puerto Madero. Él va contento con su bolsita de calorías, que para tu gran suerte decidió compartir contigo. Tú le sacas alguna que otra foto al Río de la Plata, al Puente de la Mujer, pero no te esmeras pues no es una zona de la ciudad que te entusiasma demasiado.
12 del mediodía. Visitas a ese señor de estilo ecléctico nacido en el 1908: el Teatro Colón. Te dejas seducir por la elegancia de su foyer, subes por su escalinata de mármol blanco de Carrara con balaustradas de mármol rosado y amarillo, entras en su magnífica sala principal con forma de herradura, la cual te recibe impecablemente vestida de burdeos, madera y dorado. Tus ojos van recorriendo lentamente sus siete pisos: los tres primeros son de palcos, al cuarto se lo llama «cazuela», al quinto «tertulia», al sexto «galería», hasta que llegan al último, el «paraíso», más conocido como «gallinero». De éste tus ojos pasan a las pinturas de la cúpula, y al poco, se regodean con la espectacular araña de bronce que se encuentra en el centro. A tu cámara le encantaría llevarse un trocito de esta sala, pero se lo han prohibido.
2 de la tarde. Paseas por la zona de Caminito, en el barrio de La Boca. Los ex conventillos donde tantos inmigrantes se alojaron, hoy en día pintados de brillantes colores, no te motivan ni a ti ni a tu cámara. En la calle, dentro de círculos formados por turistas, mujeres con medias de red y labios color carmín bailan tangos con hombres que visten sombrero y una rosa blanca en el ojal. Tu príncipe quiere almorzar. Le propones ir a una parrilla. Acepta. Os sentáis en una mesa en la vereda/acera. Aunque sois dos, pedís una parrillada para cuatro. Él come: dos chorizos, una morcilla y media, tres mollejas, cuatro chinchulines, varias tiras de asado, un trozo de vacío y dos riñoncitos. Tú comes más o menos lo mismo pero con mucha ensalada mixta. Os bebéis una botella de vino tinto cabernet sauvignon y medio sifón de soda.
5 de la tarde. Mientras piensas en la siesta que te gustaría estar durmiendo paseas por la zona de Palermo Soho. A tu cámara y a ti os gusta esa parte de la ciudad. Miras unos aros/pendientes en un puesto de la calle cuando tu príncipe te dice, con perlas de sudor en su rostro, que desea un helado. Lo llevas a una heladería artesanal que conoces en esa zona. Él pide un cucurucho de súper dulce de leche con banana/plátano y chocolate bariloche. Tú todavía estás un poco llena del almuerzo así que pides uno de frutilla/fresa al agua y sambayón con pasas al rhum.
8 de la noche. Caminas por la Plaza de Mayo. De a poco se van encendiendo las luces. Son amarillentas, tenues, le dan un aire de cuento antiguo a la plaza. Contemplas el color rosado de la casa de gobierno, también su arquitectura. De pequeña pensabas que «La Casa Rosada» era tu palacio soñado; ahora que eres grande piensas diferente. Tu príncipe tiene hambre. Le sugieres que coma una porción de pizza rápidamente para que no se llene antes de la cena. Acepta. Entráis en una pizzería cercana a la plaza. Por la decoración y el estado del local crees que has retrocedido en el tiempo y has entrado en un sitio de los años 60'. En el mostrador están las diferentes variedades de empanadas, pizzas y la fainá. Tu príncipe pide una porción de fugazza rellena, una de pizza napolitana, una empanada de humita, y otra de jamón cocido, palmitos y salsa golf. Para beber una cerveza Quilmes, de litro. Cuando el mozo/camarero pone frente a él la comida te tientas y le pides dos porciones de pizza de muzzarella, una de calabresa y dos empanadas criollas.
10 de la noche. Decides pasear por San Telmo. Das una vuelta por el parque Lezama, sales por la esquina que da a la calle Defensa, y caminas por ella; pasas por al lado de la Plaza Dorrego que está atestada de turistas. Te gusta pisar el empedrado de la calle. Vas mirando las vidrieras/los escaparates de las tiendas de antigüedades, algunas de las cosas que ves te divierten, tú jamás las comprarías. Llega la hora de cenar. Llevas a tu príncipe a un restaurante que conoces en la calle México. Él pide de entrada vitel toné. De segundo: ñoquis de papa y ricota con salsa blanca/bechamel, gratinados. De tercero: un bife de chorizo con puré. De postre: panqueque de dulce de leche. Tú lo miras anonadada y te preguntas: «Letzy, ¿no deberías intervenir? Puede que a su estómago le dé un infarto». Y te respondes: «como decía la nona/abuela: un buen infarto estomacal de vez en cuando es felicidad». Entonces, pides dos de cada.
A las 12 de la noche tu príncipe habla lunfardo, es adicto al dulce de batata, al fernet y a los chinchulines. Y pesa 5 kilos más que a las 8 de la mañana. Tú ya hablabas lunfardo, y hace años que eres adicta al dulce de leche, al mate y a las mollejas. Y también pesas más que unas horas atrás; pero no te importa, ni un poco te importa, en lo más mínimo te importa, pues sabes que en ningún otro lugar del mundo vas a comer como en Buenos Aires...
Hija mía, no te digo que no, pero yo me he empachao de leerte, madre de dios, con un cuarto de lo que relatas yo ya estaría llena.
ResponderEliminarQue barbaridad!
Un beso y sal de frutas
Jajaja! Que está exagerado, no te vas a comer todo eso en un día, pero te aseguro que comerías más que acá, todo tiene una pinta bárbara, y hay taaanta variedad de cosas que no te puedes resistir.
EliminarBesos
Precioso recorrido gastronómico por una tierra que no conozco, pero que todo el mundo que va, viene enamorado.
ResponderEliminarBesazo
Gracias, la verdad que Buenos Aires, para ir de turista, es fantástica. Quien te dice algún día vas...
EliminarUn besito
Jajajajaja!!! Pensé que solamente mi príncipe era capaz de comer así!!!! Aunque ahora que recuerdo las meriendas en tu casa después de "estudiar" juntas, creo que no es cosa de ellos, sino que es algo que provocamos nosotras, jajajaja....
ResponderEliminarQué meriendas!!! Qué tiempos!! Sueño con la comida de allá, supongo se habrá notado, ¿no?...
EliminarDecís que es tarea difícil la de ser flaco en Buenos Aires? Mientras uno no viva por el centro se puede pilotear
ResponderEliminarAhora que lo pienso no sé como no pesaba 3 veces más cuando vivía ahí... Aunque soy flaca tirando a muy flaca, tengo alma de gorda total, todo me tienta y todo me gusta, soy un peligro en los viajes.
EliminarQue bueno ser flacos y poder comer todo lo que queramos muajajajaaa!
EliminarExcelente relato,super ilustrativo,qué hambre..!Carne hasta el techo,Letzy.
ResponderEliminarYa es la hora de cenar y por suerte como leo esto a la noche,ya me llené,así que hoy salteo el churrasquito jugoso con dos huevos fritos.Mañana será otro día.
Amapola
No conozco muchos de estos platos, pero si voy alguna vez a Buenos Aires procuraré probarlos :) Bonita descripción de un recorrido turístico.
ResponderEliminarLindo, nunca tuviste que haberte ido de Buenos Aires. Ese príncipe azul del que hablás no es más que una ilusión.
ResponderEliminarQué lindo relato de Buenos Aires y su gastronomía!! Creo que no te faltó nada!!! Me hizo acordar a cuando ibamos de la facu al teatro, y paramos por ahí a comer una pizza mientras hacíamos tiempo!! Qué lindo!!! Pufff-- me llené de leer!!!! :)
ResponderEliminarPaulita
Muchísimas gracias Paulita, me alegra que te haya gustado... Sí, la gastronomía de Buenos Aires es increíble, en mi opinión.
EliminarSaludos
Es como si ya hubiera ido allí, gracias a tu descripcion, recorrido y ruta gastronomica. Me encanta como escribes! Cuando te leo, es para viajar por un instante....
ResponderEliminarMuy bueno!
S.
Me alegra que viajes con mis textos, así da gusto escribirlos, con comentarios tan generosos.
EliminarUn saludo
Despues de leer este post lo unico que quiero es irme a Buenos Aires a desayunar, comer, merendar y cenar... bueno y a alguna otra cosa tambien!!! jajaja Genial!!! :-)
ResponderEliminarTe animo a que vayas, y hagas todo lo que tengas ganas, Buenos Aires es una ciudad genial para hacer turismo...
EliminarGracias.
Muy bueno! Empiezas a leer y a caminar al mismo tiempo. Consigues muy bien transportar al lector. Es fantástico cómo mezclas humor con crónica con potentes recurso literarios.
ResponderEliminarGracias, tu comentario acaba de sacarme una gran sonrisa Javier.
EliminarSaludos
después de leerlo quiero volver a Buenos Aires dejar de trabajar y dedicarme solo a viajar y comer.
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